El reverso de Hipócrates: un cuento que cuestiona el corazón del modelo médico hegemónico

21.03.2023

En esta oportunidad, el docente y escritor Rafael Bitrán comparte un relato que no tiene desperdicio. Con maestría, describe la mercantilización de la salud en estado puro.

Fue al hospital pues no se sentía del todo bien. No parecía muy grave. Pese a sus largos años de existencia, padecía un problema cíclico de desarrollo que, de tanto en tanto, empeoraba y se expresaba en fuertes dolores.

Ese día la atendieron en la Guardia. Al joven galeno de acento andino se sorprendió que, siendo tan anciana, padeciera un problema de ese tipo. Dudando de los diagnósticos previos que la mujer le trasmitió, le era muy difícil proponer un tratamiento. Sin embargo, todos los estudios que escudriñaba coincidían. Era una dolencia crónica, pero no de extrema gravedad. De hecho, pese a su problema, la paciente había tenido largos períodos de esplendor. Por las dudas prefirió una interconsulta.

Al entrar al cuarto de su jefe se encontró con un sujeto desconocido. Alto, rubio y con ojos de mar. Traje impecable, camisa celeste. Le sorprendió, eso sí, que no tuviera corbata. Siendo la oficina de la autoridad médica del piso, le extrañó que el visitante manejara la situación con tanta autoridad, patente tanto en el diálogo como en lo gestual. El ambiente permitía entrever que era alguien muy importante.

Pidió permiso para interrumpir. Antes de que explicara su caso, el superior le presentó al nuevo gerente general del nosocomio. El hospital había sido comprado por una gran empresa multinacional en diciembre pasado. El desconocido se presentó de manera muy informal, pidió que lo tuteara, lo llamara por su nombre y nunca por el apellido. Dijo ser médico cirujano recibido en Harvard y que poco tiempo antes había regresado al país. Fue tan atento que, sin esperar más, le preguntó en que podía ayudarlo.

El médico de guardia relató brevemente el caso de la anciana y sus dolencias. El nuevo CEO se mostró muy interesado. Al pasar mencionó que nunca había tratado una patología como esa en los quince años que estuvo en el exterior. Que allí no se conocía. Decidió que él y su equipo iban atender el caso. Un cuarto de hora después, la mujer recibió la visita del nuevo gerente médico y los otros especialistas. La enviaron a realizarse de manera inmediata cientos de estudios. Algunos, resultarían ser muy cruentos.

Dos horas y más de veinte exámenes pasaron. La internaron. Dijeron que era grave, muy grave. Comenzaron las transfusiones, las disecciones. Todo mientras la anciana se desangraba bajo la supervisión de los especialistas. El día concluyó con la paciente a punto de entrar en coma, pero lograron estabilizarla. Los médicos, un poco exhaustos luego de esa jornada intensa, se plantearon tomar unas vacaciones en el Caribe y retomar el caso en siete días.

Durante ese tiempo, el joven galeno analizó minuciosamente los estudios. Para el sexto día ya no lo asaltaba duda alguna: lo único que hubiera necesitado la canosa señora para mejorar era un tratamiento basado en complejos vitamínicos. Informó esto a su jefe inmediato. Éste le dijo que la paciente ya no estaba bajo su jurisdicción. Más aún, le aclaró que no interfiriera de ninguna manera.

Bronceados y con aire juvenil, los especialistas regresaron de su descanso. Trajeron con ellos un asesor médico internacional, instrumental de última generación adquirido en el país del Norte y un equipo que permitiría informatizar en todos los detalles el tratamiento a seguir con la mujer. Entraron a la habitación. La anciana estaba relativamente repuesta y su rara belleza intentaba expresarse tímidamente. Esto preocupó mucho a los doctores. No podía aceptarse tal cuadro. No se correspondía con el diagnóstico terminal al que ellos habían llegado con anterioridad. La sedaron, la entubaron y prepararon todo para cirugía mayor. Decidieron comunicar a su familia, la gravedad de la situación.

Horas más tarde una multitud se agolpó bajo las ventanas del hospital. Preocupados y en el mayor de los silencios esperaban el último parte médico. Un cielo plomizo anunciaba una inminente tormenta. Un olor profundo a tierra mojada confirmaba la presunción. Uno de tantos dijo, "por favor diosito mío, que esto no sea un presagio de desgracia para nuestra Madre". Casi todos coincidieron. Solo un puñado de jóvenes desubicados, los contestatarios de siempre, protestaban y levantaban carteles que el viento amenazaba con destrozar.

Asomado al exterior y mediante parlantes, el Jefe del Equipo anunció que la paciente estaba muy enferma. Sostuvo que tenía un cáncer terminal desde hacía setenta años y nunca se lo habían podido extirpar. Los miedos de millones de sus familiares y la oposición violenta de algunos confundidos lo habían impedido. Pero esta vez se haría sí o sí. Se realizaría Cirugía Mayor o la muerte era segura.

Para disipar los temores y mejorar el clima, la Gerencia contrató una banda de música tropical y decoró el nosocomio y sus alrededores con globos muy coloridos. Por suerte, las nubes no descargaron nunca su carga sobre la multitud ansiosa. Bellas chicas, experimentadas en catering durante las siempre relucientes jornadas de los Abiertos de Polo, repartían eximios canapés y sushi recién preparado. Algunos tuvieron la suerte de recibir porciones de salmón rosado y copas con exquisitos vinos cuyanos. Muchos sintieron un optimismo contagioso. Se produjo una conexión particular entre ellos y los organizadores del evento.

La operación duró unos pocos años. El supuesto tumor resistía pese a la quimioterapia, los rayos y las cirugías repetidas y sanguinarias. Mientras más duraba el tratamiento, peor estaba la anciana. Mientras peor estaba, más temían sus familiares por ella y por ellos mismos. Rogaban que se hiciera cualquier cosa para salvarla. Frente a tal situación, más radical tenía que ser la cura; gustaban reiterar y justificar ante todos el Ceo y los medios de comunicación que seguían paso a paso el acontecimiento.

Un día la paciente despertó. Parecía radiante y rejuvenecida. Más joven, bella y sofisticada. Resplandeciente y acomodada a los estándares de moda. Casi todos festejaron. Habían sufrido mucho todo este tiempo. Se habían sacrificado para evitar el mal peor, la muerte de su progenitora y la posterior catástrofe nacional. Como era una situación límite, muchos se resignaron a comer menos para que a ella no le faltara nada. Hasta aceptaron que miles de niños dejaran el colegio y fueran a trabajar para producir más y con ello sostener un tratamiento tan largo y costoso. Ellos mismos se convencieron de cobrar menos salario por su trabajo. Todos, menos los disconformes y subversivos de siempre. Aquellos que, según el equipo de especialistas, con sus ideas demagógicas y teorías extrañas habían contribuido a ocultar la gravedad de la enfermedad y la necesidad de extirpar de raíz el mal.

El joven médico de la puna seguía muy intrigado. Investigando en secreto, encontró que no había cáncer alguno. Sin embargo, la anciana había sido vaciada por dentro, desangrada casi hasta morir. Los informes confidenciales hablaban de transfusiones millonarias, trasplantes masivos y cirugías estéticas realizadas por los mejores equipos de especialistas locales e internacionales. Concluyó con facilidad que la aparente mejoría y el rejuvenecer podían ser a la larga fatal para ella, y para todos. Salió esa noche del hospital. Ya habían pasado casi tres años de aquella ocasión en que atendió por vez primera a la viejita en la Guardia. En ese encuentro la había visto dolorida, pero orgullosa de sí. Trasmitía esa paz y sabiduría que sólo pueden trasmitir aquellos y aquellas que han logrado atravesar los más difíciles caminos resistiendo dificultades de todo tipo.

Al cruzar el portal la vio por última vez. Alegre y jovial, era cortejada por cientos de personas. Todos ellos de una informalidad fingida que ocultaba su verdadero rostro. Mientras, otros muchos miraban la escena cada día más preocupados. No sabían muy bien qué hacer ni como juntarse para recuperar a su verdadera Madre. Esta mujer transformada, pese a vestirse de los mismos colores, ya no tenía nada de la dignidad de aquella.

Lo pensó bien y decidió volver a su pueblo. Allí lo necesitaban. Allí podría cumplir con aquel juramento hipocrático que había pronunciado orgulloso y convencido el día de su graduación. El día anterior, un hecho había sido decisivo para tomar tan difícil decisión. El anuncio que realizó por cadena nacional la Gerente de Relaciones Públicas. Esa mujer voluminosa, con el pelo teñido de rubio, soberbia y siempre acusadora, había concluido en relación a los resultados del tratamiento: "Ahora sí que se ha salvado a la República".

Info: Agencia de noticias científicas