Lágrimas, autocrítica y una "espina muy grande": la intimidad del vestuario de la Selección de básquet

16.09.2019

A algunos las lágrimas les brotaban de los ojos. En otros, los gestos adustos eran inevitables. La dura derrota ante España en la final de la Copa del Mundo no podía generarles otras reacciones a quienes llegaron a este Wukesong Arena con el sueño de conquistar el cielo mundialista. 

Pero ese cielo puede esperar, porque Argentina demostró que fue capaz de construir un equipo con una idea de juego clara y una convicción de que puede transformar utopías en realidades.

"Me cuestan las derrotas, he llegado a estar dos días sin hablar después de perder un partido en el que no hay mañana. Pero mi sensación es que nosotros no perdimos el oro, sino que ganamos la plata. Yo, que soy uno de los peores perdedores que he visto en mi vida, creo que ganamos la plata y que este equipo es espectacular y va a estar en mi corazón y en el de los argentinos por el resto de nuestras vidas", dijo Sergio Hernández minutos después de consumada la caída de Argentina. Ese valor que el entrenador le otorga al segundo puesto en un Mundial es el de la frente en alto, el de la mirada positiva de un torneo increíble que realizó el seleccionado argentino de básquetbol.

Instantes antes, en el podio, cuando todos los jugadores y el coach ya tenían su medalla colgada en el cuello, tanto Luis Scola como Sergio Hernández alentaron a los demás. Los invitaron a aplaudir como lo habían hecho al final de cada entrenamiento acá en China. Y todos aplaudieron y se sumaron al reconocimiento de los hinchas. "Es normal la tristeza del equipo, y está bien que así sea, pero Luis y yo ya tenemos más de estas experiencias y somos más conscientes del lugar al que llegamos. Los jugadores jóvenes tienen que entender que hicieron una tarea increíble", expresó el entrenador luego de besar su medalla.

El capitán argentino también aportó su mirada del recorrido argentino en el Mundial: "Quise empujar al equipo para que nos creyéramos los mejores y que íbamos a ganar todos los partidos. Cuando logramos eso, nos pasa esto y podés pensar que es un desastre haber perdido porque habíamos logrado meter en nuestras cabezas que lo conseguiríamos. Pero a la hora de enfriar la cabeza, debemos entender que no hay nada por lo que estar tristes. Éramos los más optimistas del mundo y no creo que, excepto un solo loco, alguien del equipo hubiera pensado antes que llegaríamos hasta acá".

Algunos años después de ganar la medalla dorada en Atenas 2004, Scola reflexionó sobre el valor que había tenido aquel segundo puesto en el Mundial de Indianápolis 2002 y explicaba que sin la plata mundialista no hubieran logrado el oro olímpico. Claro que para macerar esa idea, el tiempo debió transcurrir. Con la sensación de la derrota aún en la piel, Luifa no consideró adecuado ese paralelismo: "El día que perdimos la final contra Yugoslavia no creía que podía ser algo bueno y hoy tampoco estoy pensando en que capaz que el año que viene ganemos la final. Estoy pensando en que se nos escapó una oportunidad de ganar la final del Mundial".

Con los ojos aún vidriosos, Luca Vildoza, uno de los que disputó su primer Mundial, expresó: "Es momento de dolor, pero no nos mató nadie. Es momento de salir con la cabeza en alto por el lugar en el que dejamos a Argentina. Tener esta medalla en el pecho es valor y orgullo". Es que subir a un podio mundialista no es para cualquiera. Argentina solo lo había hecho en dos oportunidades: campeón en 1950 y subcampeón en 2002.

Patricio Garino, que en China logró demostrar que es una muralla defensiva, consideró: "No estuvimos a la altura de las circunstancias. Pero si en un futuro nos vuelve a tocar, no creo que vuelva a ocurrir. Esta es una espina muy grande, no es una linda sensación, no queremos que nos vuelva a pasar y estoy seguro de que nos servirá de motivación".

Este seleccionado argentino de básquetbol consiguió lo que nadie esperaba. Elevó el nivel de las expectativas de propios y ajenos. Sumó seguidores, generó empatía y se abrió camino para instalar su nombre en boca de todos. El trabajo que realizó en los últimos años dio frutos más dulces que la amargura pasajera de no haber podido consagrarse campeones. El futuro llegó hace rato y el cielo puede esperar, porque el seleccionado argentino tiene material para soñar con alcanzarlo.