Política, fútbol y religión: por qué provocan debates acalorados

23.09.2022

Hay temas que se prestan a que las personas se adscriban a un bando determinado, y además con un fuerte compromiso emocional, para que después sea muy difícil que se muevan de él. Pero, ¿por qué ocurre esto?

Es frecuente que se presenten debates acalorados alrededor de tres temas en particular: la política, la religión y el fútbol. En algunos casos, la controversia llega al punto en que es necesario implantar una norma que castigue a aquellos que osen hablar de ello. O, en el peor de los casos, las contradicciones son tan intensas que terminan destruyendo amistades e incluso lazos familiares.

No es raro que en algunas organizaciones se prohíba hablar de política, fútbol o religión para evitar debates acalorados y preservar la convivencia. Esto es en realidad un error porque censurar esos temas no soluciona la dificultad de fondo: la necesidad de imponerle la propia visión del mundo a otras personas.

En las redes sociales también es habitual que se produzcan esos debates acalorados y que faltas de respeto. Pareciera que hay una gran incapacidad para aceptar y sortear las diferencias con madurez y altura. Proscribir algunos temas no ayuda a evolucionar en la capacidad para debatir, sino que castra ese proceso.

"Es mejor debatir una cuestión sin resolverla, que resolver una cuestión sin debatirla". -Joseph Joubert-

En los debates sobre fútbol, religión o política se suele escuchar al otro para atacarlo.
En los debates sobre fútbol, religión o política se suele escuchar al otro para atacarlo.

Los debates acalorados, ¿por qué?

¿Por qué hay temas particularmente controvertidos? Esto se debe, en principio, a que se trata de asuntos que involucran una disputa por la hegemonía. En la política es más obvio, pero en el marco de la religión y del fútbol ocurre algo similar.

En estos temas no se esgrime una carga argumental para llegar a la verdad, sino que se buscan razones para demostrar quién es mejor y, por tanto, en esta óptica, ostenta un poder más sólido. No es que haya debates acalorados en torno a esto, porque en realidad no son debates, sino confrontaciones directas. Sí o sí debe haber un ganador y un perdedor.

El punto es que esos debates acalorados se convierten, como ocurre en las redes sociales, en la excusa perfecta para darle rienda suelta al narcisismo y a esa dosis de violencia simbólica, y a veces física, que lo acompaña. Se discute para ver quién se impone sobre quién, no para concluir cuál de las posturas resulta más razonable o, siquiera, conocer de qué se trata.

No eres tú, soy yo

Es muy habitual que en esos debates acalorados sobre política, fútbol o religión los discursos se vean impregnados de una serie de falacias. Resumiendo el propósito central de estas discusiones, podríamos decir que es el de demostrar todo lo malo, indigno y poco meritorio que es el otro, por contraste con lo bueno, digno y meritorio que es uno y el bando al que representa.

El argumento del otro se escucha con un solo fin: atacarlo. No existe ni la intención, ni el esfuerzo por valorar el punto de vista del otro, en términos de lógica o razón. Para lograrlo se hace énfasis solo en aquello que sustente o pretenda sustentar la propia postura. No son debates intelectuales, ni académicos, ni siquiera ideológicos. Son disputas frontales para imponerse.

Los debates acalorados son el mejor escenario para sacar el egocentrismo, el narcisismo y el egoísmo.
Los debates acalorados son el mejor escenario para sacar el egocentrismo, el narcisismo y el egoísmo.

Lo que prima en estos debates acalorados es la emoción. Es habitual que este tipo de discusiones se originen en una persona que se siente insegura o menoscabada y que tramita ese sentimiento de inferioridad por la vía de identificarse con un partido político, un equipo de fútbol o una institución religiosa. Por eso, asume los otros puntos de vista como una amenaza.

¿Cómo superarlo?

Para transformar esos debates acalorados en debates civilizados y productos, la primera condición es querer hacerlo. Muchos no quieren porque su identificación política, deportiva o religiosa es tan fuerte que asumen la labor de defender a su grupo como una cruzada. O sea, sienten que su deber es imponerse y, con ello, afianzar el dominio que ejerce su grupo.

Si existe la intención de evitar los debates acalorados, lo indicado es aprender a debatir. En esto influyen el conocimiento y la práctica. Existen normas básicas y universales para adelantar este tipo de discusiones, como respetar el turno de la palabra, escuchar al otro, no incurrir en ofensas personales, etc.

Si durante la formación en la escuela o la universidad no hubo suficiente práctica de estas habilidades, lo indicado es suplir este vacío. Una buena forma de hacerlo es entrenándose: debatiendo sobre asuntos en los que no haya tanta polarización. Si se logra aprender, no solo se consigue ser un interlocutor más inteligente y constructivo, sino que también se avanza en ese proceso de enriquecerse de la diferencia.

Info: Sergio González. Psicólogo.