Aprender a ser salvajes
Durante siglos se ha creído que la cultura es estrictamente una hazaña humana. ¿Y si no es así? En 'Aprender a ser salvajes', Carlos Safina ofrece una visión privilegiada de la vida en nuestro planeta y responde a una de las preguntas más urgentes para los humanos: ¿con quién estamos en este mundo?

Las historias de este libro tratan de culturas animales. Lo natural no siempre surge naturalmente. Muchos animales deben aprender de sus mayores a ser quienes se suponen que tienen que ser. Deben aprender las singularidades locales, de qué vivir y cómo comunicarse en un puesto concreto dentro de su grupo concreto. El aprendizaje cultural difunde habilidades -por ejemplo, qué es la comida y cómo obtenerla-, crea una identidad y un sentimiento de pertenencia al grupo -además de la diferenciación con respecto a otros grupos- y mantiene tradiciones que son aspectos que definen la existencia -por ejemplo, qué forma de cortejo es eficaz en una región determinada-.
Si alguien en nuestra comunidad ya ha averiguado qué es seguro y qué conviene evitar, a veces compensa "hacer lo de siempre". Si pretendemos salirnos de la norma, quizás acabemos descubriendo -por las malas- qué cosas son venenosas o qué sitios son peligrosos. A los miembros de una especie les resulta muy práctico fiarse del aprendizaje social para adquirir conocimientos ya probados.
Hasta ahora, la cultura ha sido, en gran medida, un aspecto oculto y poco valorado de las vidas salvajes. Sin embargo, para muchas especies, la cultura es crucial y, al mismo tiempo, frágil. Mucho antes de que una población disminuya lo suficiente como para considerarla bajo la amenaza de la extinción, es posible que empiecen a desaparecer sus conocimientos singulares, su cultura adquirida y transmitida a través de muchas generaciones.
"Antes de los humanos, la vida desarrolló la capacidad no solo de percibir sino de crear la belleza"
Este libro trata también de dónde ha llevado la cultura a la Vida (Vida con mayúscula, es decir, todas las formas vivas sobre la Tierra en general) durante su recorrido a través de la profundidad de los tiempos. Los cuerpos llameantes de los guacamayos rojos, por ejemplo, plantean un misterio grandioso: ¿por qué nos parecen bellos los mismos colores y plumas que también les parecen bellos a las propias aves? Mucho antes de los humanos, la Vida desarrolló la capacidad no solo de percibir sino de crear -y desear- lo que llamamos belleza. ¿Por qué existe en la Tierra la percepción de la belleza? Este aspecto de nuestra indagación actual lleva a una conclusión muy sorprendente sobre el papel de la belleza en la evolución..
Los genes no son el único factor que hace que nos convirtamos en quienes somos. La cultura también es una forma de herencia. La cultura almacena información importante, no en el acervo génico, sino en la mente. Las reservas de conocimiento -habilidades, preferencias, canciones, uso de herramientas y dialectos- se transmiten de una generación a otra como un testigo. Y la propia cultura cambia y evoluciona y, a menudo, proporciona adaptabilidad con más flexibilidad y rapidez de lo que podría hacerlo la evolución genética por sí sola. Un individuo solo adquiere genes de sus progenitores, pero puede adquirir cultura de cualquiera que pertenezca a su grupo social. No nacemos dotados de cultura; esa es la diferencia. Y, como la cultura mejora las posibilidades de supervivencia, la cultura puede ir por delante y los genes tienen que seguirla y adaptarse.
En toda la vida animal en la Tierra, el complejo tapiz de genes tiene superpuestos más conocimientos e informaciones de los que son conscientes los seres humanos. El aprendizaje social es constante a nuestro alrededor. Pero es sutil; hay que observar con atención y durante mucho tiempo. Este libro constituye una mirada clara y profunda a cosas que son difíciles de ver.
"El aprendizaje social es constante a nuestro alrededor. Pero es sutil; hay que observar con atención y durante mucho tiempo"
Veremos cómo el cachalote Pinchy, el guacamayo Tabasco o el chimpancé Musa experimentan su vida salvaje sabiendo que son individuos de una comunidad concreta que hace las cosas de determinadas maneras. Veremos que, en un mundo variable y complejo, la cultura ofrece respuestas a la pregunta de cómo vivir donde vive cada uno.
Aprender de otros "cómo vivimos" es un rasgo humano. Pero aprender de otros también es una característica de los cuervos. Del simio y la ballena. Del loro. Incluso de la abeja. Suponer que otros animales no tienen cultura porque no tienen una cultura humana es como pensar que otros animales no se comunican porque no tienen una comunicación humana. Tienen su comunicación. Y tienen sus culturas. No es que la vida les parezca lo mismo que nos parece a nosotros; eso no ocurre con la vida de nadie. Solo que el instinto llega hasta cierto punto; muchos animales necesitan aprender casi todo para ser lo que acaban siendo.
Los cachalotes, los guacamayos y los chimpancés representan tres grandes temas culturales: identidad y familia, las connotaciones de la belleza y las tensiones que crea la vida social y que la cultura debe suavizar. Estas tres especies, y muchas otras que figuran en estas páginas, van a ser nuestras maestras. De cada una de ellas vamos a aprender algo que hará que valoremos más el hecho de estar vivos en este milagro que llamamos con ligereza el mundo.
Al adentrarnos en la naturaleza, y observar a los animales de forma individual, en libertad y en sus comunidades, vamos a obtener una imagen privilegiada de las bambalinas de la Vida en la Tierra. Contemplar cómo fluyen los conocimientos, las habilidades y las costumbres entre otras especies nos proporciona una nueva comprensión de lo que pasa constantemente sin que lo veamos, fuera de la humanidad. Y nos ayuda a construir la respuesta a una de las preguntas más importantes que podemos hacernos: ¿quiénes son nuestros compañeros de viaje en este planeta, con quién estamos aquí?