El lado B del fentanilo: lo que no se ve, pero mata
Llega deshidratado, se mezcla con cocaína y avanza por el mercado negro de Argentina. Un lobo vestido de fiesta, que no da segundas oportunidades.

No tiene la mística de la cocaína ni la fama callejera del paco. No corre en fiestas, no se glorifica en canciones. El fentanilo, en su lado B, opera en las sombras. Es legal, médico, exacto. Un analgésico potentísimo que en quirófanos alivia dolores insoportables, pero fuera de control, se convierte en un arma invisible. No huele, no avisa, no perdona. Mezclado con otras drogas, disfrazado de cocaína, entra al cuerpo como un huésped indeseado. Y basta una dosis mínima para que empiece a cerrar puertas: primero la conciencia, después la respiración. Lo que queda es una estadística más en la curva ascendente de muertes que crecen en silencio. Este no es el fentanilo del prospecto, sino su lado B: clandestino, letal, y cada vez más presente.
"Lo vemos cada vez más seguido. Pacientes que dicen haber consumido cocaína y llegan con síntomas de opioide: pupilas puntiformes, coma, depresión respiratoria. No es cocaína. Es fentanilo disfrazado de cocaína", dice el doctor Aldo Saracco, jefe del Centro de Información Toxicológica del Ministerio de Salud de Mendoza y expresidente de la Asociación Toxicológica Argentina.
Saracco explica que el fentanilo es un opioide sintético de uso médico que se destaca por su altísima potencia analgésica: "Es casi 100 veces más fuerte que la morfina. Se trata de un fármaco legal, indicado para situaciones clínicas específicas como cirugías o tratamientos en unidades de terapia intensiva, especialmente en pacientes con asistencia respiratoria mecánica o dolor severo".
Sin embargo, su uso no siempre ocurre dentro de los márgenes de la medicina. En el circuito ilegal, el fentanilo pierde los controles de calidad y dosificación propios del ámbito farmacéutico. Convertido en polvo tras un proceso de deshidratación, se mezcla con otras sustancias psicoactivas, como la cocaína, con el objetivo de potenciar sus efectos. Esta manipulación lo convierte en un cóctel químico de alta toxicidad, difícil de predecir y, en muchos casos, letal.
El principal riesgo no está solo en su potencia, sino en su invisibilidad. La mayoría de las personas que llegan intoxicadas no saben que lo consumieron. Según el especialista, "hay un desvío de uso en búsqueda de los efectos que genera esta sustancia psicoactiva depresora del sistema nervioso central". La combinación de fentanilo con cocaína —una sustancia estimulante— genera cuadros clínicos confusos que dificultan el diagnóstico y el tratamiento.
"La cocaína produce dilatación de las pupilas, taquicardia, hipertensión; los opioides, en cambio, provocan miosis puntiforme, depresión respiratoria y somnolencia", detalla el toxicólogo. En otras palabras: mientras una droga acelera el cuerpo, la otra lo apaga. El cuerpo queda atrapado entre dos señales opuestas. Y muchas veces no resiste.
La mayoría de las muertes se producen por depresión respiratoria —el cuerpo deja de respirar— o por broncoaspiración: "Estos pacientes, al estar en coma o con pérdida de conciencia, pueden vomitar y aspirar el contenido, lo que lleva a una falla respiratoria".
Frente a una intoxicación por fentanilo, existe un antídoto claro: la naloxona. Rápida, segura y eficaz. En países como Estados Unidos, se vende incluso sin receta en farmacias. En Argentina, no está disponible en la mayoría de las guardias. "Hoy tratamos de que las guardias cuenten con ampollas de naloxona, tan importante para confirmar el diagnóstico o revertir el cuadro clínico", subraya el médico. El problema es que muchas veces el paciente llega en coma, y no hay margen para pruebas. Si no hay naloxona en el acto, la muerte puede ser cuestión de minutos.

Puerta 8: la advertencia que nadie quiso escuchar
En 2022, el país vivió un anticipo brutal de lo que puede venir. El caso Puerta 8 dejó al menos 14 muertos por consumo de cocaína adulterada con carfentanilo, un derivado del fentanilo aún más potente. La rápida actuación de la Asociación Toxicológica Argentina permitió aplicar protocolos con megadosis de naloxona que evitaron nuevas muertes.
"Se frenaron un montón de casos que podían haber llevado a la muerte, y gracias a ese manejo rápido y al trabajo en red se pudo controlar la situación", recuerda el especialista. A partir de ese episodio, se empezaron a diseñar protocolos y se recomendó incorporar naloxona en los stocks de emergencia hospitalaria. Pero hoy, muchos centros de salud no lo cumplen.
El ingreso de fentanilo al circuito ilegal argentino ya no es una sospecha, sino una realidad. "Hemos visto casos de requisas por Gendarmería Nacional, de ampollas que han sido contrabandeadas", señala Saracco. Algunas de esas ampollas llegaron a Mendoza y otras zonas del país. El método es simple: se extrae el contenido, se deshidrata y se mezcla con polvo de cocaína o cualquier otra sustancia para su venta callejera.
El consumidor cree estar comprando una droga conocida. Pero lo que recibe es otra cosa. "Ese es el riesgo que desconocemos cuando le compramos una sustancia a un desconocido por mera fe, creyendo que lo que nos da es cocaína", advierte.
La mal llamada "cocaína rosa" —también conocida como tusi— es otro ejemplo. Lejos de ser una droga uniforme, puede contener ketamina, cafeína, o cualquier combinación química. En algunos casos ni siquiera tiene el principio activo que promete. Y cuando aparece el fentanilo en esa mezcla, el resultado puede ser trágico.
Hasta hace poco, Argentina estaba lejos de la crisis de opioides. Hoy, la amenaza es real y crece en silencio. Las redes de toxicología trabajan contrarreloj para prevenir nuevos casos. Pero sin stock de naloxona, sin capacitación generalizada, y sin campañas públicas de prevención, la respuesta es fragmentaria e insuficiente.
"Venimos trabajando en las redes de centros de toxicología para poder contar con los antídotos suficientes y necesarios en los servicios de guardia, que se tienen que ir adecuando a las nuevas realidades que estamos teniendo en el país", concluye el especialista. Con todo, la droga que duerme y mata ya está en Argentina. Aunque, como suele pasar, la realidad corre más rápido que las decisiones.
Info: María Ximena Perez