Inocentes tras las rejas: el martillo de la ciencia contra la injusticia judicial
El último libro del periodista Pablo Esteban indaga el punto ciego donde el derecho, el conocimiento científico y el periodismo no se entienden. Ahí, el daño es irreversible.

En Argentina, donde la justicia a veces parece más un trámite que una garantía, Pablo Esteban escribe un libro que incomoda desde la tapa. "Inocentes: La ciencia forense en el laberinto judicial" no se conforma con narrar casos ni señalar fallas: los expone con precisión quirúrgica. Publicado por El Gato y la Caja, en colaboración con Innocence Project Argentina, es una obra que desafía la inercia institucional con datos, nombres propios y una escritura que no pide permiso.
Esteban, periodista científico, va al punto desde la primera página: "En la cárcel hay inocentes". No es una metáfora, ni un eslogan provocador. Es una constatación. Una que arrastra historias concretas —como las de Marcos Bazán o Cristina Vázquez— que no fueron errores del sistema, sino consecuencias de su funcionamiento habitual.
En lugar de teorizar, el autor baja a tierra. Muestra cómo se construyen culpables, cómo se ignoran pruebas, cómo se prioriza cerrar causas antes que esclarecerlas. Cada caso es un eslabón de una cadena que no aprieta al crimen, sino a quien queda mal parado frente a la burocracia judicial.
La pregunta que recorre el libro es tan sencilla como incómoda: ¿qué pasa cuando la ciencia forense, que debería esclarecer, es ignorada, desoída o directamente manipulada? Lo que pasa, muestra Esteban, es que se condena a personas por pruebas mal tomadas, pericias sin rigor y ruedas de reconocimiento hechas al voleo. La justicia busca certezas; la ciencia trabaja con dudas. Y en ese desajuste está el núcleo de la tragedia.
Lejos de la queja estéril, la obra construye evidencia. Con testimonios de genetistas, criminalistas y especialistas forenses, desnuda los mecanismos con los que la justicia penal local elige mirar hacia otro lado. La ciencia no es infalible, pero tiene métodos. El sistema judicial argentino, en cambio, a menudo tiene urgencias. Cada capítulo de Inocentes podría funcionar como una clase de ética aplicada. El caso de Fernando Carrera (en "La masacre de Pompeya", como titularon los medios), el análisis de la "ciencia basura", los errores de memoria: todos sirven como ejemplos de cómo se tuerce la realidad para que encaje en una hipótesis que ya fue escrita de antemano.
La escritura de Esteban no busca el efecto. Es clara, contenida, pero cargada de tensión. Hay momentos en que la indignación sube, pero nunca desborda. No hay golpes bajos, solo hechos que hablan por sí solos. El resultado es más potente que cualquier adjetivo.
No es un libro para leer y pasar de página. Es un libro que deja preguntas flotando, incluso incómodas, especialmente para quienes creen que el sistema funciona "más o menos bien". Porque Inocentes demuestra que el error judicial no es la excepción: es un síntoma. En ese sentido, la obra no solo interpela a jueces, fiscales o peritos. También a periodistas, abogados, estudiantes, y al lector común. A todos aquellos que alguna vez repitieron sin revisar, que creyeron en una versión oficial sin hacer preguntas, que miraron para otro lado cuando un inocente era empujado a una celda.
Para parte de la sociedad estos temas no pasan inadvertidos. La intersección entre ciencia, derechos humanos y justicia penal no es un campo menor, sino un eje clave para repensar el rol del conocimiento en las decisiones que afectan vidas. Inocentes aporta una perspectiva crítica y urgente, que merece ser leída, discutida y amplificada.
Con todo, Inocentes es un acto de confianza. En la ciencia como herramienta para frenar la arbitrariedad. En el periodismo como instrumento para encender la alarma. Y en la verdad como única salida posible. Porque cuando la justicia falla, no es un sistema el que se equivoca: es una vida la que se arruina. Esteban no escribe para denunciar y cerrar el libro. Escribe para abrirlo. Para abrir los ojos. Para obligar a mirar eso que tantos prefieren no ver.
Info: María Ximena Perez – Agencia de Noticias Científicas