La huella de la construcción se duplicará en 2050: ¿por qué es un problema?
Un nuevo estudio explica que la mayor parte del CO₂ no ocurre en la obra, sino en insumos y logística. Recomendación: sustituir cemento y acero donde sea viable.

A las siete y media, en Constitución, un bolsón de cemento se abre como una nube gris y el polvo queda flotando entre grúas y cables de luz. La radio del capataz anuncia que esta semana, el próximo 31 de octubre, se celebra el Día Mundial de las Ciudades. Por un instante, la obra frena lo justo para escuchar. Después siguen las carretillas, el hierro, el camión que descarga arena. La rutina de siempre. Lo que cambia es el espejo: un estudio internacional muestra que cada ladrillo, cada barra de acero, cada "viaje de mixer" suma a una cuenta climática que se acelera. Si nada se corrige, la huella de la construcción se duplicará hacia 2050 y el Acuerdo de París quedará, otra vez, corto de aire.
Un equipo de científicos de la Universidad de Pekín, reconstruyó, año por año, la sombra de carbono que dejó construir casas, rutas, puentes y fábricas entre 1995 y 2022. El trabajo, publicado en la revista Nature no mira solo lo que ocurrió "en la obra", sino todo lo que la obra arrastró detrás: el clínker que viajó desde otra provincia, la varilla de acero fundida en otra región, el vidrio, los servicios, la maquinaria, el transporte.
Para seguir esa madeja usaron un microscopio económico: el análisis input–output multirregional apoyado en la base EXIOBASE, que describe cómo se compran y venden entre sí 163 industrias en 49 países y regiones. Con esa matriz, tradujeron pesos y contratos en intensidades de CO₂ y resolvieron —como quien despeja un sistema de ecuaciones— cuánta emisión "embebida" llevaba cada ladrillo hasta el último proveedor de la cadena.
Antes de proyectar el futuro, el estudio pintó la película del pasado reciente. Encontró que la construcción pasó de explicar alrededor del 20 por ciento de las emisiones globales en 1995 a un tercio en 2022. Ese salto se explicó, sobre todo, por el peso creciente de los materiales frente a las tareas en obra: en 2022, más de la mitad del CO₂ del sector provino de materiales cementicios, ladrillos y metales; el 6 por ciento correspondió a vidrio, plásticos, químicos y materiales biobasados; y el 37 por ciento restante se generó en transporte, servicios, maquinaria y actividades en sitio. Dicho sin tecnicismos: el problema principal estuvo en lo que se fabrica para poder construir.
Con esa base histórica, el equipo de científicos ensayó el porvenir. No apostó a un solo modelo, sino a una batería que combinó regresiones de panel, extrapolación lineal y series de tiempo, cruzados con escenarios socioeconómicos globales. Las curvas convergieron en un mensaje: de 2023 a 2050, la construcción acumularía alrededor de 440 gigatoneladas de CO₂ si todo siguiera igual. Analizado, el sector cruzaría las "líneas rojas" permitidas para 1,5 °C y 2 °C en las próximas dos décadas.
El mapa regional también cambió de color. En 1995, los países de altos ingresos generaban cerca de la mitad de las emisiones de la construcción. Para 2022, sus emisiones se estabilizaron, pero el tablero global se inclinó hacia las economías en desarrollo, impulsadas por la demanda de acero y cemento. China quedó como el gran polo, India trepó al segundo lugar, y varias regiones de Asia-Pacífico, África y Medio Oriente mostraron las pendientes más empinadas de crecimiento. En contraste, la Unión Europea y Norteamérica se mantuvieron casi planas.

Más que ladrillos: por qué importa y qué cambia
El trabajo no se queda en el diagnóstico. Propone una revolución material: cambiar el menú de obra gruesa y fina para que el hormigón y el acero dejen de ser la respuesta automática, e ingresar maderas de ingeniería, bambú, compuestos reciclados y cementos alternativos donde sea técnico y normativamente posible. "La humanidad se acorraló literalmente con el acero y el cemento", advierte la investigación. "Para cumplir París, hay que reinventar los materiales que dan forma a nuestras ciudades".
El estudio es claro en los matices: no hay una receta única. Las regiones de altos ingresos deberían liderar con innovación, diseño circular y regulaciones más exigentes; las regiones en desarrollo —donde se levantarán la mayoría de las nuevas viviendas e infraestructuras— necesitarán financiamiento y tecnología para pegar el salto sin pasar por la etapa más carbono-intensiva. Y habrá que cuidar los intercambios: si se adopta madera, deberá ser certificada y no a costa de bosques primarios; si se reemplaza el portland, habrá que validar durabilidad y disponibilidad de precursores. Nadie propone que un edificio se haga de la noche a la mañana con bambú; sí que cada uso encuentre su sustituto razonable.
El paper enciende una alarma de calendario. Los autores superponen la trayectoria esperable del sector con los presupuestos de carbono coherentes con 1,5 °C y 2 °C. La intersección, con alta probabilidad, asoma después de 2025 para 1,5 °C y hacia 2040 para 2 °C. La lectura es precisa: incluso si el resto de la economía bajara fuerte sus emisiones, solo la construcción podría volver inalcanzable la meta más ambiciosa.
La publicación llega en la semana en que la ONU vuelve a recordar, como cada 31 de octubre, que las ciudades son el escenario decisivo del clima. El dato no es casual: más población urbana, más vivienda e infraestructura, más presión de materiales. De allí la insistencia de los autores en políticas que cierren el círculo: códigos de edificación que permitan materiales bajos en carbono, metas públicas de obra con contenido reciclado, licitaciones que ponderen el ciclo de vida y, sobre todo, economías de escala que abaraten las opciones alternativas y las vuelvan sentido común.
"Entre 2023 y 2050, las emisiones acumuladas relacionadas con la construcción podrían llegar a 440 Gt de CO₂. Es suficiente para consumir todo el presupuesto global restante para 1,5 °C", resume el trabajo. En clave práctica: para mover la aguja a escala de cadena de suministro se necesitan cambios estructurales en materiales y reglas que los hagan adoptables. Y el primer paso, como siempre, es aceptar el diagnóstico.
Puede parecer lejano, pero no lo es. Cuando alguien olvida las llaves y espera al cerrajero, el barrio entero escucha el golpe del martillo y ve el polvillo que flota al sol. Aquella nube mínima, multiplicada por millones, es la silueta de un mundo construido con la lógica del siglo XX en pleno siglo XXI. Con todo, si las ciudades quieren celebrar su día sin hipocresía, la revolución material no debería ser un eslogan sino la próxima licitación, el nuevo código, la decisión de un arquitecto, el pliego de una pyme y el crédito que lo habilita. No es magia: es política, industria y diseño.
Info: María Ximena Perez – Agencia de Noticias Científicas

