Lo que sale del corazón, a veces, no llega al corazón

26.10.2021

Lo que sale del corazón, no siempre llega al corazón de los demás. Todos lo hemos experimentado alguna vez: hacer algo por esa persona con inmenso cariño y ser respondidos con el sabor de la indiferencia. Es como si la bondad, lejos de hablar un lenguaje universal se perdiera a veces en extraños dialectos.

En este caso, no hablamos solo de la disonancia entre lo que uno da y lo que más tarde recibe. Nos referimos también a esa sensación desoladora del corazón ajeno que no ve, que no siente ni percibe lo que otros hacen por él o ella. Sabemos de sobra que el amor es invisible, pero si los demás no lo intuyen a través de nuestros actos es como si de algún modo, nada tuviera sentido.

Algunos expertos en ciencias del comportamiento y de la empresa nos dicen que en realidad, la bondad es una desventaja para el éxito social. De algún modo, la persona noble que actúa siempre con honestidad irá saltando de decepción en decepción en este complejo río de la competitividad que define nuestro mundo moderno.

"A un gran corazón, ninguna ingratitud lo cierra, ninguna indiferencia lo cansa" -Leon Tolstoi-

Esto es algo que todos sabemos. Sin embargo, a pesar de ello somos muchos los que sencillamente elegimos actuar siempre de este modo. Porque la bondad, el hacer cosas desde el corazón es un valor personal en el que vale la pena invertir tiempo y esfuerzos. Sin embargo, no podemos negarlo: las decepciones duelen.

Duele la amargura de no sentirnos reconocidos. Porque nadie actúa con egoísmo cuando espera que la pareja, la familia o el supuesto mejor amigo perciba esos pequeños actos que hacemos con amor. Porque a veces, querer exige renunciar, y esa concesión se hace también de manera sincera. Aunque lamentablemente, los corazones ajenos se hallen suspendidos a veces en otras sintonías, en otros canales...

El noble corazón y su isla de soledad

Cuando alguien hace algo desde el corazón, armonizan múltiples dimensiones. Se ensalza la propia identidad, el valor de la reciprocidad, el deseo de propiciar el bien, de conferir bienestar, alegría e ilusión. La persona que actúa con bondad debería sentirse, efectivamente, reafirmada al ver que toda la energía invertida en hacer el bien, funciona. Que su propósito tiene un fin útil. Sin embargo, no siempre es así.

Lejos de hallar una congruencia entre lo que uno hace y espera encontrar, lo que se da en ocasiones es una triste injusticia. Podríamos dar muchos ejemplos. Podríamos hablar del anciano que lo dio todo en el pasado por el bien de sus hijos y ahora, es recompensado con la soledad. También sería un buen ejemplo el adolescente que busca integrarse con respeto, afecto y cercanía a su grupo de iguales y es recibido con burlas e insultos.

No podemos olvidar tampoco la pareja que cuida detalles, que incluye la felicidad de la persona que ama en los primeros puestos de la lista de prioridades, que se preocupa, que construye, que invierte...Si nada de esto se ve, si nada de esto se valora, es que ese amor no sirve. No vale. Ese un sucedáneo de amor que es mejor reformular o desechar.

Quien hace las cosas de corazón y no es reconocido, acaba viviendo poco a poco en su isla de soledad. De algún modo, nos acabamos pareciendo un poco a Próspero, el personaje de la "Tempestad" de William Shakespeare. Alguien que tras ser herido por la adversidad y la traición, acaba recluido en una isla solitaria en compañía de su hija, en un mundo feérico, sosegado y espiritual donde inevitablemente la única protagonista sigue siendo la tristeza.

Info: Valeria Sabater. Psicóloga