Los ‘mormones’ de Macron esbozan un ‘mea culpa’
"El rumbo es correcto, pero al ejercer el poder nos hemos desconectado demasiado de la sociedad", dice Ismaël Emelien, exconsejero en la sombra del presidente francés

Ismaël Emelien, en su etapa de consejero especial de Emmanuel Macron
No fue la revuelta inesperada de los chalecos amarillos, el pasado otoño, el momento más difícil de estos años en el Palacio del Elíseo. Ni tampoco, unos meses antes, la revelación del llamado caso Benalla, el jefe de seguridad del presidente Emmanuel Macron filmado in fraganti agrediendo a manifestantes en París.
Para Ismaël Emelien, hasta hace unas semanas consejero especial del presidente de la República, el "momento epifánico" ocurrió en mayo de 2018. Los institutos Ipsos y Cevipof publicaron una macroencuesta con revelaciones desconcertantes para un macronismo que creía gobernar viento en popa. El 95% de franceses consideraban que su situación personal no había cambiado desde que Macron llegó al poder en mayo de 2017, o que se había deteriorado.
"La distancia respecto a lo que creíamos haber logrado era monstruosa", dice ahora Emelien. "Habíamos reformado el mercado laboral, la universidad, la fiscalidad, la Administración. Quizá sea una forma de ingenuidad, de acuerdo, pero en este momento tomamos consciencia de que, al cabo de un año, el método, las herramientas de las que disponíamos no estaban al nivel ni de los temas que debíamos tratar ni de la manera como funciona la sociedad".
Fue como si los mormones, como se les conocía en los círculos del poder, aquel grupo de veinteañeros y treintañeros que rodeaba a Macron, convencidos de que su misión para transformar Francia y Europa (Revolución era el título del libro electoral del futuro presidente) era imparable, descubriesen que nada era sólido bajo sus pies. Algo había fallado. Nadie hablaba aún de los chalecos amarillos, pero el malestar estaba ahí.
Emelien, de 32 años, fue uno de los fundadores del movimiento "En Marche!" y el director de estrategia de la campaña. Ya en el poder, perfilaba el mensaje y la visión del presidente. Siempre en la sombra: no daba entrevistas y raramente hablaba con la prensa. Ahora es uno de los 17 colaboradores de Macron que ya ha abandonado el barco. Otro es David Amiel, de 26 años, que también era consejero presidencial. Ambos acaban de publicar Le progrès ne tombe pas du ciel (El progreso no cae del cielo). El libro es un manifiesto en favor de lo que los autores llaman el progresismo. Es decir, el campo ideológico que va del centro-izquierda al centro-derecha y que se opone al nacionalismo y al populismo.
"Estamos en una fase de transición, en la que la división [entre izquierda y derecha] se diluye de manera profunda en Francia y en el extranjero", dice Amiel en una conversación junto a Emelien, en un café de París. "Los grandes desafíos que la alimentaban no son tan controvertidos. En el económico, la derecha defendía con energía el capitalismo y la izquierda la redistribución. Hoy la izquierda acepta la economía de mercado y la derecha ya no propone desmantelar el Estado de bienestar. Respecto a las libertades personales, la izquierda defendía la conquista de nuevos derechos, y la derecha era más conservadora. Esta dinámica se ha agotado. Hoy la derecha ya no quiere abrogar el matrimonio gay, mientras que, en 2013, en Francia hizo de ello un combate casi de civilización. En cambio, han surgido otros temas que no entran en este marco, como la fractura territorial, con un abismo que se amplía entre las grandes ciudades y el resto del país".

Pero, como ha comprobado Macron, los bellos esquemas se estrellan contra la realidad. O esta les da la vuelta: los chalecos amarillos -esta Francia periférica que se siente despreciada por la élites- tampoco creen en la división entre izquierda y derecha.
"La principal lección que sacamos de los dos años en el Elíseo es que, respecto al método, de momento hemos fracasado a la hora de dar vida a todo aquello que habíamos creado en la campaña. El rumbo es correcto, pero al ejercer el poder nos hemos desconectado demasiado de la sociedad", admite Emelien.
El poder desmitifica. Antes, los Emelien y compañía eran los niños prodigio que habían dado con el grial de la política francesa. Aquellos muchachos que parecían insultantemente brillantes y que a la vez rehuían los focos públicos se han convertido de repente en "los becarios". Así les describía recientemente el semanario Le Point: un puñado de aficionados en los mandos del Estado. Y, al mismo tiempo, el presidente incombustible aparece retratado como un líder solo y aislado, al borde del burn-out, agotado.
"Pensar que Emmanuel Macron pueda tener un burn-out es desconocerlo del todo. Es infatigable", replica Emelien. Como Amiel, él ya no trabaja en el Elíseo, pero la lealtad con el hombre al que ayudaron a conquistar el poder no flaquea.
EL 'STRAUSS-KAHNISMO'
Dominique Strauss-Kahn lo fue casi todo en la política francesa. En 2011 el entonces director del FMI parecía preparado para ser el presidente de la República. Su detención en Nueva York tras la denuncia por agresión sexual de una empleada en un hotel y los posteriores escándalos por prostitución lo convirtieron en persona non grata en los círculos políticos. Sus discípulos han hecho carrera. Jóvenes estudiantes que empezaron de becarios en su campaña, o escribiéndole discursos, tienen un papel relevante en la órbita de Emmanuel Macron. Uno de ellos es Ismaël Emelien. Se forjó políticamente colaborando con Strauss-Kahn y con su social-liberalismo, una socialdemocracia centrista, y algunas de estas ideas se encuentran en el libro 'El progreso no cae del cielo', del que Emelien es el coautor. Propuestas centrales en el manifiesto como la "maximización de los posibles", en vez de la tradicional igualdad de oportunidades, tiene un aire a tercera vía a la francesa. Pocos se acuerdan de DSK, como le llamaban, pero el strauss-kahnismo ha perdurado.