Los ratones del deseo: el ayuno intermitente reactiva la libido en roedores envejecidos
Una investigación, publicada en la revista Cell Metabolism, apunta a la serotonina como clave del cambio. La ciencia observa y toma nota.

En la jaula número 14, un ratón anciano —de pelaje gris y lomo vencido— se acercó con cautela a una hembra y la olfateó. Fue un gesto breve, casi tímido, pero suficiente para llamar la atención de los científicos que observaban la escena a través de una cámara con visión nocturna. Hasta hacía poco, ese mismo ratón apenas reaccionaba: dormía, comía y pasaba las horas sin mayor interés. Pero algo había cambiado. Como parte de un experimento de ayuno intermitente, llevaba varios días alimentándose solo en días alternos. Y ahora, con el estómago más liviano y el cerebro más activo, volvía a interactuar, a explorar. A mostrar señales de deseo.
La escena ocurrió en un laboratorio de la Universidad Técnica de Dresde, en Alemania. Allí, junto con colegas del Centro Alemán de Enfermedades Neurodegenerativas y de la Universidad de Yale, un equipo de científicos intentó responder una pregunta que no suele formularse en voz alta: ¿se puede reencender el deseo sexual en la vejez? ¿Y si la respuesta estuviera en no comer?
La investigación publicada en la revista Cell Metabolism —una de las biblias de la biología— no habla de afrodisíacos ni de píldoras azules. Habla de ayuno. Habla de ratones. Y, sobre todo, habla de lo que pasa en un rincón húmedo y pequeño del cerebro masculino cuando el cuerpo deja de recibir comida durante un rato.

¿Cómo se hizo el estudio?
El método fue simple, aunque ejecutado con precisión alemana. Dos grupos de ratones envejecidos: a unos se los alimentó todos los días; y a otros, un día sí y un día no. A esta práctica se la conoce como ayuno intermitente, una moda nutricional con miles de seguidores humanos, pero que aquí sirvió como llave científica.
Lo que encontraron fue más poético que esperado: los que ayunaban, cortejaban. Los que comían sin pausa, dormían. Y en las imágenes de las cámaras, los gestos eran inequívocos. No solo hubo cópula. Hubo ritual: el acercamiento, la elección, la iniciativa. "No fue solo el sexo lo que volvió —explica el estudio—. Fue el comportamiento, fue el deseo". Y eso, para la ciencia, fue tan impactante como inesperado.
El hallazgo no tiene que ver con la testosterona, ni con la calidad del esperma, ni con algún suplemento milagroso. Tiene que ver con la serotonina, ese neurotransmisor que a veces actúa como freno. En los cerebros de los ratones longevos, la serotonina se acumula con los años y, al parecer, silencia las ganas.
Lo que hizo el ayuno intermitente fue redirigir el triptófano —el aminoácido que el cuerpo usa para fabricar serotonina— hacia los músculos, en lugar del cerebro. Con menos triptófano en la cabeza, hubo menos serotonina. Y con menos serotonina, más deseo. En criollo: los ratones dejaron de producir tanta "calma" en el cerebro, y eso reactivó el impulso. Lo fascinante no es solo el dato químico, sino lo que sugiere: que el deseo, esa chispa inasible, puede estar sujeta no solo a hormonas y emociones, sino también a lo que se come, o a cuando se decide no hacerlo.
Ratones sin mandatos
Durante décadas, la libido en la vejez fue considerada un síntoma más de la curva descendente. Algo que se pierde, que se apaga, que se acepta. Pero este estudio muestra otra cara posible: que el deseo no muere, sino que se duerme. Y que quizás, con estímulos adecuados, puede despertar.
No hay promesas mágicas. Los mismos investigadores advierten que el experimento fue con ratones y que falta mucho para trasladar estos hallazgos al cuerpo humano. Pero lo que sugieren es potente: que una simple modificación en la dieta podría algún día formar parte de las estrategias para mantener activa la sexualidad en la tercera edad, sin fármacos y sin presiones.
Los ratones de Dresde no sabían que estaban participando de una revolución suave. No firmaron consentimientos ni buscaron rédito. Solo respondieron a su instinto, como siempre. Y esta vez, ese instinto les devolvió algo perdido. "Machos envejecidos muestran comportamiento de cortejo tras restricción alimentaria", escribió un científico en su cuaderno de laboratorio. Pero lo que las cámaras registraron fue otra cosa. Una especie de danza mínima. Un ritual que no se había olvidado, sino apenas pospuesto. Un gesto que dice, sin decir: "Todavía estoy acá".
Con todo, el estudio no es una receta. No propone el hambre como camino ni la abstinencia como solución. Propone, en todo caso, mirar distinto. Abrir nuevas preguntas. Y considerar que, incluso cuando la vida parece apagarse en los detalles, puede quedar una chispa encendida que no se rinde. Una chispa, como el deseo, que a veces también ayuna. Pero vuelve.
Info: María Ximena Perez