"Made You Look", el film instala el debate: ¿La falsificación es un arte o solo un delito?

23.03.2021

La falsificación de obras de arte representa un desafío y un problema para expertos, intermediarios y coleccionistas, que buscan preservar su inversión en una obra legítima. "Made You Look" reconstruye el mayor caso de fraude del mercado de arte en toda la historia de Estados Unidos y reactualiza por estos días la problemática sobre la falsificación.

El estreno de "Made You Look", un documental que reconstruye el mayor caso de fraude del mercado de arte en toda la historia de Estados Unidos, reactualiza por estos días la problemática sobre la falsificación de las obras con nuevos debates que perforan la noción de delito para generar reflexiones en torno al valor de la autenticidad, una categoría fijada por el mercado que se contrapone con las apreciaciones de distintas tradiciones sobre la creación y el artista.

La falsificación de obras de arte representa un desafío y un problema para expertos, intermediarios y coleccionistas, que buscan preservar su inversión en una obra legítima. En el mundo occidental, la obra de arte es dotada de unicidad e idolatrada, exhibida, admirada. Esta tradición surgió con la modernidad, desgranada con la impronta de los museos desde el siglo XVIII y una burguesía que reemplaza de a poco a la aristocracia y la Iglesia, donde el arte es concebido como un objeto "único" que se valoriza en el tiempo, a la vez una inversión y una muestra de estatus: en definitiva un objeto en una vitrina.

La contraparte cultural mercantil de esta perspectiva se da en la tradición cultural china, para la cual la copia no es falsificación sino parte de un aprendizaje y destreza del artista que reproduce otra obra, la "copia", y cuando supera al maestro se vuelve él mismo uno.

Para que existan falsificaciones de obras de arte tiene que haber un hacedor, generalmente oculto a la mirada glamorosa. Los falsificadores de arte también son artistas que no desarrollan un estilo propio sino el de otro, aunque en algunos casos la excelencia en su trabajo mejore el original. ¿Quién establece los valores de una obra o el valor de los artistas en el mercado? ¿Cómo hace un artista para copiar la obra de otro? ¿Qué lleva a un coleccionista a codiciar obras inéditas? En el mercado occidental, la ley de la oferta y la demanda plantea el juego de los falsos y verdaderos.

Estas dimensiones se ven reflejadas en "Made You Look: una historia real sobre arte falsificado" (2020), el documental de Berry Avrich que acaba de estrenar Netflix. El film interroga a los actores de una de las estafas más importantes del mercado artístico de los últimos años: la venta de más de 60 obras falsas que llevaban la firma de artistas como Jackson Pollock, Mark Rothko y otros por un monto de 80.7 millones de dólares por parte de Knoedler Gallery, una reconocida y centenaria galería de arte de Nueva York.

El film reconstruye lo que ocurre a partir del momento en que una mujer llamada Glafira Rosales busca a Anna Freedman, la directora de la galería, para ofrecerle una colección de obras falsas adquirida en 2011 por millones de dólares, que luego vende a distintos particulares e incluso a algunos de los museos más importantes del mundo. Además de habitar culpabilidades, desconocimientos y estafas diversas, el audiovisual también descubre las razones de los coleccionistas, un público pequeño y de mucho poder adquisitivo. La falsificación de las obras estuvo a cargo del artista chino Pei Shen Qian, cuya habilidad lo lleva a reproducir el trazo de medio centenar de pintores, como los "maestros" del expresionismo abstracto estadounidense.

"Los estudios sobre la falsificación es un tema pendiente en todo el mundo porque se lo transforma en un tema policial. La conclusión termina siendo: si es falso, entonces que vaya preso. Pero en realidad es un tema social, que tiene muchas aristas éticas, históricas, de significación, de prestigio, de mercado obviamente, y no se reduce a si es culpable o inocente. Este tipo de delitos y situaciones son complicadas de estudiar para la justicia" Daniel Schavelzon, Investigador Y Arquitecto

"El tema es complejo: todos nosotros arrastramos una idea de lo que debería ser el arte que es una herencia del siglo XIX. Es una forma de ver el arte que a su vez viene del Renacimiento, donde hay un arte que es auténtico y un arte que es falso", sostiene Schavelzon, que en su libro "Arte y falsificación en América Latina" desmitifica la autenticidad de obras de distintas latitudes y culturas y sitúa la problemática compleja.

"El tema de la ficción como verdadera es un problema de la modernidad, y es socialmente correcto. La ficción en el arte no es un tema que esté demasiado bien procesados porque también hay un mercado fantástico alrededor, al igual que alrededor de la televisión", precisa.

Parte de esos dilemas son los que explora la crítica de arte y escritora María Gainza en su novela "La luz negra", donde una narradora sigue la ruta de galerías tras los pasos de una falsificadora de cuadros. "Si una falsificación es lo suficientemente buena para engañar a los expertos, entonces es lo suficientemente buena para darnos placer", explicó Gainza cuando en 2018 se publicó su novela. Y aclaró: "El valor del original es un tema de mercado. Tan abiertamente de mercado que es obsceno. Una falsificación es un delito económico en un mercado que también tiene mucho de espurio. 'Falsificar es un delito económico pero no sé si es un delito estético', decía Blake Gopnik".

Schavelzon respalda con cifras las apreciaciones de la escritora. "La cruda realidad es que tenemos que presuponer que el 50 por ciento del arte en el mundo es falso. Es decir, no lo hizo quien se dice que lo hizo -remarca-. Hay diversos niveles en el mercado. Una cosa es la Galería Nacional de Londres y otra es un galerista que trata de vender para ganarse el mango y para el cual el principio que regula ese mercado es 'todo lo que puede pasar por auténtico lo es, y todo lo que no lo parece no'".

En su libro "Shanzhai. El arte de la falsificación y la deconstrucción en China", el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han explora y diferencia el concepto de apropiación y de copia en China, contrapone los sentidos de originalidad y lee el valor de una obra desde su tradición específica. "La creencia en la inmutabilidad y permanencia de la sustancia responde a la subjetividad moral y la objetividad normativa occidentales", sostiene. Y explica: "el pensamiento chino desde sus comienzos es deconstructivo ya que rompe con el ser y la esencia"."La creación se concibe como proceso absoluto, sin nacimiento ni muerte", afirma.

"Shanzhai", dice más adelante, es un neologismo para el término "fake" (falso), presente en "todos los terrenos de la vida", y como conclusión dice: "Shanzhai es des-creación. Frente a la identidad, reivindica la diferencia transformadora, el diferir activo y activador; frente al ser, el camino. Así es como manifiesta el shanzhai el genuino espíritu chino". La globalización, esa manifestación económica de occidente impuesta en todo el mundo, colisiona necesariamente con este pensamiento.

"Hay gente, artistas, que tienen una capacidad absolutamente asombrosa de ver obra de otros y reproducirla. Una de las formas tradicionales del peritaje de una obra es asumir que el falsificador no crea, no tiene capacidad creativa, sino mimética de copiar, reproducir -explica Schavelzon-. El falsificador delante de un cuadro ve cómo se usaba el pincel y de qué tipo, -algo que mira el perito- y es "el que tiene la capacidad de verlo, interpretarlo y reproducirlo".

¿Qué pasa cuando un museo pone la falsificación en vez del original? "Para mí que soy de la vieja generación es una barbaridad, una locura. Lo que hay que hacer es generar las condiciones para que el museo tenga la seguridad adecuada. Si se puede exhibir la Gioconda o las obras de Miguel Ángel no hace falta poner una reproducción", asegura el arquitecto.

"La gran época de los falsificadores fue el siglo XIX, todavía en el arte los productos químicos se hacían artesanalmente, existía esa relación manual con los materiales, era fácil conseguir papeles antiguos y telas sobre la cual pintar. Hoy en día es más complicado. Hay registro de las huellas digitales que quedaron en las pinturas, por ejemplo de Leonardo Da Vinci. A los cuadros de Rembrandt se los pudo clasificar así: con los que tenían o no su huella digital, suponiendo que esa fuera la huella del pintor porque era la que estaba en más cuadros", concluye.

La historia del arte tiene su apartado con falsificadores famosos

El tráfico de obras de arte y patrimonio es considerado el tercer negocio ilícito después del de las armas y el narcotráfico y, "lamentablemente, la certeza absoluta sobre la autenticidad en el arte no existe", señala el arquitecto y ensayista Daniel Schavelzon a propósito del debate que generó el estreno por Netflix del documental "Made You Look".

La historia del arte está llena de falsificadores famosos. Entre los grandes nombres está el de Miguel Ángel, el famoso pintor de la cúpula de la Capilla Sixtina, a quien el filósofo alemán de origen coreano Byun Chul Han define como "un falsificador genial" en su libro "Shanzhai".

Otros falsificadores de renombre fueron Han van Meegeren (Países Bajos, 1889-1947), quien para vengarse de los críticos decidió copiar a Vermeer. O el húngaro Elmyr de Hory (1906-1976), sobre el que Orson Welles rodó "F for Fake": llegó a pasearse por Buenos Aires en 1962 y según Schavelzon "fue el falsificador más famoso del siglo XX, con más de mil obras de Matisse, Picasso, Modigliani, Chagall, Gauguin, Laurencin, Vlaminck, Degas y Renoir, hechas en sólo veinte años de trabajo".

También se cuentan como grandes falsificadores el francés Yves Chaudron, quien copió a la Gioconda a principios del siglo pasado a pedido de un emprendedor argentino; el alemán Wolfgang Beltracchi o el falsificador de Giacometti, Robert J.C. Driessen, que se había refugiado en Tailandia.

No habría que dejar afuera al artista John Myatt, al que llamaban "Picasso" en la cárcel, al inglés Eric Hebborn -que fue asesinado después de publicar la técnica que había usado-y Otto Wacker, que falsificaba a Van Gogh; así como el británico Shaun Greenhalgh, que aseguró ser el autor de "La Bella Principessa", un lienzo descubierto en 1998 y considerado por algunos expertos "una obra maestra" de Leonardo da Vinci.

Schavelzon refiere que "muchos artistas tenían talleres donde ellos hacían el esbozo, el esquema, pintaban la cara -que era lo más complejo-, la ropa y los fondos se los dejaban a otros".

"Algunos pintores del Renacimiento se especializaban en hacer los fondos de los retratos. El artista hacia la cara de la persona que le había pagado por el retrato y el fondo lo hacía otro. Era una sociedad capitalista que producía bienes de consumo suntuario pero que no se les ocurría pensar que iba a pasar en cinco siglos o que alguien los iba a falsificar", reflexiona el autor del libro "Arte y falsificación en América Latina" (2009)

A su vez, ante la demanda del mercado, la justicia reduce todo al falsificador y al cómplice, pero hay "un hecho social en el medio porque los mercados no es un señor que hace negocios. Es un hecho social muy complejo, sofisticado incluso en este tipo de cosas y donde se maneja un mundo de gente que compra esas obras o instituciones que invierten millones", señala Schavelzon.

Estudioso en el tema del mercado del arte y las falsificaciones, Schavelzon trae a colación el trabajo del Proyecto Rembrandt, que demandó 46 años: "Cuando decidieron catalogar las obras del artista, un especialista empezó a juntar las obras que estaban inventariadas. Cuando empezaron a hacer un registro mundial la cantidad de obras no coincidían con todas las que tenían el certificado de auténtico. Hoy en día hay catálogos de falsos autenticados", concluye.

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