Maratón y riñones: tomar líquidos ayuda, pero no apaga el incendio interno

15.12.2025

Un equipo de Arkansas analizó sangre y orina de 72 corredores en Boston 2024. Vieron estrés renal e intestinal marcado. ¿Por qué no alcanza con hidratarse?

Correr exige plan de descanso: el “kilómetro 43”. Crédito: Wikipedia.
Correr exige plan de descanso: el “kilómetro 43”. Crédito: Wikipedia.

El mediodía en Boylston Street tenía gusto a sal y metal. Las piernas llegaban primero; la cabeza, más tarde. En las conservadoras, "antes" y "después" separaban el esfuerzo del resultado: 72 maratonistas —34 varones y 38 mujeres, edad promedio 50— entregaron muestras de sangre y orina que contarían la parte silenciosa del 42K. No hacía calor extremo (19 °C, humedad intermedia). Era un día "normal" para un maratón rápido. Pero por dentro, la historia fue otra.

El estudio, publicado en Journal of Applied Physiology y realizado por científicos de la Universidad de Arkansas durante la edición 2024 del Maratón de Boston— que midió biomarcadores, pequeñas alarmas químicas que se encienden cuando un órgano va al límite. Lo que encontraron fue bastante claro: después de cruzar la meta, todos los indicadores de estrés y daño en el cuerpo subieron. Algunos aumentaron un poquito (1,3 veces más), pero otros se dispararon muchísimo (hasta 1.455 veces más). En cualquier laboratorio, esos cambios serían muy sorprendentes y harían que los médicos se preocuparan.

Para entender lo que pasó en el cuerpo después de correr el maratón, los científicos analizaron varios indicadores. Para el intestino, observaron señales que muestran cómo la "muralla" que lo protege empieza a romperse. Para el riñón, observaron varias sustancias que exhiben cómo sufren. También revisaron la creatina quinasa (CK), que sube cuando los músculos se dañan. El resultado fue que después de correr, el intestino estaba cansado y dañado, y los riñones estaban trabajando a tope para filtrar todo lo que el cuerpo había acumulado durante la carrera.

En resumen: la botella de agua sirve —y mucho— para evitar deshidrataciones severas o golpes de calor, pero no alcanza para apagar el incendio microscópico que deja un 42K.

Estrés corporal oculto

Durante un maratón el cuerpo reasigna recursos sin preguntar: más sangre a músculos y piel, menos a riñón e intestino. A eso se le suma el sudor, calor, impacto mecánico y horas de zancadas. El riñón filtra litros con menos flujo y menos oxígeno; el intestino vibra y se calienta. Verlo en tiempo real con biomarcadores sirve para diseñar prevención y, sobre todo, recuperación. Estudios previos ya habían mostrado "lesión renal aguda" transitoria posmaratón que suele ceder a las 24 h. Este trabajo agrega que aun evitando hipohidrataciones graves, el estrés orgánico aparece igual.

Después de la meta, todos los marcadores de intestino y riñón aumentaron: desde subas leves hasta picos muy altos. No hubo diferencias entre mujeres y varones ni entre quienes llegaron bien hidratados y quienes hipohidratados. Entre 25 y 34 por ciento terminó hipohidratado; el resto, euhidratado, pero con las mismas señales de estrés.

¿Qué significa? Que hay que correr mirando más allá del vasito de agua. Mantener el estado hídrico es necesario, pero no suficiente para proteger intestino y riñón. El "kilómetro 43" —las horas y días posteriores— necesita protocolos: chequeo de síntomas (dolor fuerte, vómitos, diarreas), vigilancia de orina (muy oscura, con sangre, o ausencia prolongada), criterios claros de derivación. Para corredores recreativos, respeto del descanso, sueño, reposiciones con criterio y vuelta progresiva. Para equipos médicos y organizadores, planes de recuperación y educación posmeta. Y para el que está en la tribuna: llegar no siempre es lo mismo que terminar.

Ese corredor silencioso

Nadie lo ve en la foto de llegada, pero el riñón también está "corriendo". Su trabajo es filtrar la sangre, regular el agua y las sales, y mantener el pH bajo control. Durante un maratón, el riñón tiene que trabajar con menos oxígeno y más desechos, todo en cuestión de minutos. Por eso, ciertos indicadores se disparan: no porque el riñón sea débil, sino porque está haciendo un esfuerzo enorme con recursos limitados. Al mismo tiempo, el intestino también se ve afectado. Su función es separar lo que comemos de lo que entra en la sangre, pero en el maratón se estresa y comienza a dejar pasar sustancias que normalmente no deberían. Este conjunto de factores explica por qué la hidratación ayuda, pero no es suficiente para evitar todo el daño.

"El estrés renal persistió estuvieran o no hidratados. La hidratación es protectora, pero solo hasta cierto punto", sintetiza el estudio de la Universidad de Arkansas. El consejo final es práctico: cuidar la recuperación porque "el sistema gastrointestinal y el renal quedarán desafiados" aunque el atleta se sienta bien.

En TV se ven manos que toman vasos, esponjas y geles. Bien. Pero el mensaje se corre un paso: además de hidratar, hay que planificar el después. Los entrenadores y los médicos deberían elaborar listas de verificación poscarrera y definir umbrales de alerta. Los corredores no tendrían que saltear el descanso ni el chequeo cuando algo no cierra. Los organizadores, por su parte, deberían sumar controles y una comunicación posmeta clara. Boston lo viene advirtiendo hace años; ahora, con biomarcadores finos, el aviso suena más fuerte.

Con todo, el arco y la medalla marcan el final del asfalto, no del esfuerzo interno. El riñón —ese atleta sin dorsal— también llega jadeando. Tomar agua importa. Escucharlo después, también.

Info: María Ximena Perez – Agencia de Noticias Científicas